Declaración del Cardenal Blase J. Cupich, Arzobispo de Chicago, con relación a la Orden Ejecutiva sobre Refugiados e Inmigrantes, 29 de enero de 2017:
Este fin de semana resultó ser un momento oscuro en la historia de los Estados Unidos. La orden ejecutiva de rechazar a los refugiados y de cerrar las puertas de nuestra nación a aquellos que, particularmente a los musulmanes, huyen de la violencia, la opresión y la persecución es contraria tanto a los valores católicos como a los estadounidenses. ¿Acaso no estamos repitiendo con esto las desastrosas decisiones de aquellos que en el pasado rechazaron a otras personas que huían de la violencia, dejando marginadas y excluidas a ciertas etnias y religiones? Nosotros, los católicos, conocemos bien esa historia, porque, al igual que otros, hemos estado al otro lado de esas decisiones.
“Estas acciones imponen un alto radical e inmediato a la aceptación de inmigrantes y refugiados de varios países, de personas que están sufriendo, huyendo para salvar sus vidas. Su diseño e implementación se ha hecho de manera apresurada, caótica, cruel y ajena a las realidades que producirían una seguridad duradera para los Estados Unidos. Han dejado a personas que poseen visas válidas y otros documentos apropiados, detenidas en nuestros aeropuertos, enviadas de vuelta a los lugares de los que algunos de ellos huían, o impidiéndoles abordar aviones con destino a este país. Sólo a última hora intervino un juez federal para suspender esta injusta acción.
Se nos dice que esta no es la “prohibición de los musulmanes” que se había propuesto durante la campaña presidencial, sino que estas acciones se centran en países de mayoría musulmana. Hacen una excepción para cristianos y minorías no musulmanas, pero no para refugiados musulmanes que huyen para salvar sus vidas. Irónicamente, esta prohibición no incluye el país de origen de 15 de los 19 secuestradores del 11 de septiembre. Además, los ciudadanos de Irak, incluso aquellos que ayudaron a nuestros militares en una guerra destructiva, han sido rechazados.
Estados Unidos tiene una larga historia de acoger a refugiados que huyen para salvar su vida; varias organizaciones católicas han ayudado a reubicar a muchas familias, hombres, mujeres y niños de todo el mundo. Muchos de nuestros sacerdotes, religiosos y laicos han acompañado a los recién llegados precisamente para ayudarles en este proceso. Debido a la experiencia de décadas que tenemos de ayudar a refugiados y migrantes a establecerse, sabemos que el proceso de investigación que deben enfrentar antes de ser admitidos en nuestro país es muy largo y exhaustivo. Hemos visto como el temor inicial de las comunidades locales se convierte en una generosa disposición a aceptar e integrar a los refugiados. Aquí en Chicago, generaciones de inmigrantes han encontrado un nuevo hogar. Somos mejores gracias a ello.
El mundo está observando cómo abandonamos nuestro compromiso con los valores estadounidenses. Estas acciones dan ayuda y consuelo a aquellos que desearían ver destruido nuestro modo de vida y disminuyen el aprecio que nos tienen muchos pueblos que quieren concebir a Estados Unidos como un defensor de los derechos humanos y de la libertad religiosa, no como una nación que apunta a las poblaciones religiosas y luego les cierra sus puertas.
Es hora de dejar de lado el miedo y de unirnos para recuperar lo que somos y lo que representamos para un mundo que necesita urgentemente esperanza y solidaridad. “Si queremos seguridad, demos seguridad; si queremos vida, demos vida; si queremos oportunidades, brindemos oportunidades”. El Papa Francisco emitió estas desafiantes palabras frente al Congreso de los Estados Unidos en 2015, y continuó con una advertencia que debería perseguirnos ahora que saldemos cuentas con los acontecimientos del fin de semana: “El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros”.
– Cardinal Blase J. Cupich